jueves, 14 de febrero de 2008

La primera dama de los mapuches



Revista El Sabado

Sábado 9 de febrero de 2008
Patricia Troncoso, la "Chepa

Se crió en La Pincoya, fue la única de sus hermanos que entró a la universidad y quiso ser monja. sin tener sangre indígena, se convirtió en una de las líderes de la rebelión en la Araucanía y terminó condenada a 10 años de prisión por la ley antiterrorista. Tras su prolongada huelga de hambre, que obligó al gobierno a ceder a sus demandas, esta mujer se ha convertido en una leyenda y un misterio. La investigamos en Santiago, Angol, Viña del mar y Chillán.

Por Luis Miranda V., desde Chillán

Chillán Viejo se está derritiendo bajo el calor. Roberto Troncoso baja la mirada y respira hondo. Es un hombre bajo, de rasgos duros. Tiene rostro marcado por surcos profundos. Roberto está cansado. Exhausto. Agotado de recibir llamados de gente desconocida que pregunta por su hija mayor, Patricia, la ahora famosa "Chepa". Después que la huelga de hambre de 112 días terminara, Patricia ya no quiere que su padre ni nadie más hable con la prensa acerca de su vida. Así se lo dijo la última vez que la visitó en la pieza del pensionado del Hospital de Chillán, antes de que fuera trasladada a Temuco para terminar su recuperación.

"Yo no estaba de acuerdo con que ella fuera a entrar al pueblo mapuche", reconoce hoy, cauto, en su pequeña casa de madera y paredes celestes. "Yo no conocía mucho el tema, porque nunca me había preocupado. Pero después, cuando me enteré de todo el problema, tanta discriminación, tanta gente pobre, que la humillan, que no la dejan vivir tranquila... terminé interesado también. Aprendí a conocer ese sufrimiento".

Irma Robles, su esposa, lo mira y sirve un vaso de jugo de frutilla y naranja. Luego se fija en un caballo de madera tallado que está en una pequeña repisa, a un costado de la mesa donde los esposos están sentados.

–Se llama Tornado –dice la mujer–. Mi hija me lo regaló hace un tiempo. Mire, es muy bonito, hasta tiene una montura. ¿La ve?

Irma lo saca de su lugar para mostrarlo con más detalle. La montura se suelta y ella de inmediato la compone con un alicate. Hay otras cosas de Patricia Troncoso en la habitación: una casita de madera que sirve como lámpara, dos plumas de pavo real en la esquina del living, una pequeña foto carné de cuando ella era niña en un cuadro colgado en la pared.

"Ella está contenta", cuenta el padre. "Ha evolucionado muy bien. El doctor dice que no va a quedar con secuelas y eso me pone tranquilo. No podría decirle que está subiendo de peso, pero tiene otros colores, y se ve que está mejorando".

ALMA MAPUCHE

La verdad judicial es ésta: la mañana del 19 de diciembre de 2001, Patricia Roxana Troncoso Robles y un grupo de hombres y mujeres ingresaron al fundo Poluco Pidenco, en la comuna de Ercilla, propiedad de Forestal Mininco, y comenzaron a incendiar un bosque de eucaliptos. Según testigos que la identificaron en el juicio oral, que se realizó a mediados de 2004 en Angol, Patricia y Juan Millacheo Lican prendieron el fuego mientras lideraban a otras 40 personas.

"El testigo (el comunero Juan Queipul, quien tiene un terreno aledaño al fundo atacado) reconoció en la audiencia a los hermanos Juan y Florencio Marileo Saravia, a Juan Ciriaco Millacheo Lican y a Patricia Troncoso Robles, y señaló estar seguro que fueron ellos a quienes vio hacer fuego", se explica en la sentencia del juicio que la condenó a 10 años de prisión.

Patricia era una mujer conocida por Carabineros y autoridades de la VIII y IX Región. El apodo de "Chepa" comenzó a sonar en 1999 y su nombre fue identificado luego que participara en una serie de acciones reivindicativas del pueblo mapuche. Fue detenida en el verano de ese año y la policía pensaba que se trataba de una ciudadana española. Pese a su pelo largo y su vestimenta de machi, la "Chepa" no tenía las características físicas de un mapuche. Mujer alta y fuerte, de un metro ochenta de estatura, maciza, llegó a pesar casi 90 kilos y contrastaba con las demás mujeres de la etnia, menudas en comparación con ella. Luego vinieron tomas a predios, ataques contra trabajadores de empresas forestales, quemas, encadenamientos en tribunales. El sobrenombre "Chepa" se repetía una y otra vez en cada uno de los informes que llegaban a los escritorios de las autoridades policiales y de gobierno.

Cuando Patricia enfrentó a la justicia, ya era una leyenda.

"Con el tiempo y con sus actitudes, Patricia se ha ganado el respeto de las comunidades mapuches", cuenta Sara Huenlaf, quien ofició de vocera de Patricia Troncoso durante los días de huelga en la cárcel de Angol. "Yo la conozco hace 12 años. Es muy difícil ahora decir que ella no pertenece a esta cultura. Patricia ha defendido a este pueblo. De alguna manera tiene el alma de mapuche y eso ya es suficiente. Si en el futuro se convierte en un símbolo de este pueblo, creo que no es lo que ella ha buscado".

"Esta es la tercera huelga de hambre de Patricia. La segunda duró cerca de 90 días. Pararon porque le prometieron cosas, pero nunca cumplieron. Por eso ahora la Paty pidió un documento firmado", cuenta su hermana menor, Gladys Troncoso, que vive en la población La Pincoya de Huechuraba. Allí creció la "Chepa". "He visto que hay gente que hace cosas mucho peores que mi hermana, que mata a gente y pasa dos años en la cárcel. Aquí, en este sector, se andan agarrando a balazos. Otros andan metidos en drogas y no les hacen nada. Yo le escribí cartas a la Presidenta por lo mismo, porque la ley en Chile es una basura. Esto es lo que más me duele".

SU ACERCAMIENTO A LA RELIGIÓN

–Ella no quiere que hablen de su vida pasada –advierte Sara Huenlaf–. No pretende que la vean como una especia de niña buena que cambió a mujer mala. Ella siempre ha sido igual. Si tú la vieras: es amena, muy sencilla y simple.

Quienes la vieron en las protestas y en las acciones en donde ella se veía envuelta, dicen, sin embargo, que esa suavidad y educación mutaban rápidamente a accesos de violencia. Cuando se veía amenazada por Carabineros, ella reaccionaba. Se defendía con fuerza. No era una mujer a la que podían reducir con facilidad. Siempre se necesitaba más de un policía para detenerla.

Patricia Roxana Troncoso Robles nació el 14 de julio de 1968. Tiene 39 años. Es hija de Roberto e Irma, quienes vivieron durante más de treinta años en Santiago, antes de radicarse en Chillán.

Gladys aún vive en la casa en donde Patricia pasó su niñez y adolescencia. La Villa Wolf de La Pincoya padece el endémico problema que ataca a las poblaciones periféricas de la capital: venta de drogas y delincuencia. A unas dos cuadras hay un mural pintado en honor a Matías Catrileo, el joven mapuche muerto a comienzos de enero tras un incidente con Carabineros.

Allí, Gladys recuerda la vida con su hermana Patricia: "Nosotros éramos como una pandilla y la Paty era la que llevaba la batuta", cuenta. "Ella era muy creativa, siempre inventaba los juegos".

Patricia siempre tuvo un sentimiento especial, específico. Sentía la fuerza y la inquietud por luchar en contra de aquellos problemas sociales. Y a ello se sumaba un elemento importante: a pesar de que su madre profesaba la fe evangélica, Patricia adoptó con fuerza y pasión la religión católica. Se acercó a una capilla de La Pincoya, y quiso aprender el Evangelio.

"Ella nos guiaba también en esto de la Iglesia", recuerda Gladys. "Nos decía que fuéramos caritativos. Si alguien le pedía algo, si tenía que salvar a alguien, a ella nada le importaba, iba y lo hacía. Le nacía eso de ayudar al prójimo. Mi hermana recogía gente de la calle y le cortaba las uñas, le cortaba el pelo, le lavaba los dientes, la invitaba a la casa a comer. Hacía cosas, por los demás, que otra persona no haría. Si tenía que sacarse su abrigo o sus zapatos para dárselos a otro, lo hacía no más. Todos mis tíos le tenían un poco de recelo a la Patricia, porque ella era muy directa, decía las cosas de frente y ellos de repente se molestaban".

Juanita Rojas Hinostroza fue durante años vecina de la familia Troncoso Robles: "Recuerdo que cuando la Patricia era niña estuvo muy enferma", dice. "Nunca supe qué le sucedía, pero creo que era algo nervioso, porque estaba encerrada y se escuchaban gritos, se rompían cosas".

Pero Gladys no recuerda del todo ese momento. Quizás pudo haber sido depresión, ansiedad o estrés infantil. No lo sabe. Y Juanita tampoco. Lo único claro y cierto es que el sentimiento de ayuda a los demás se agudizó con el tiempo, y la fe la hizo buscar la opción de ser monja. Sin embargo, después de unos meses de intentarlo, Patricia Troncoso decidió que aquel no era su camino. Estudió para auxiliar de párvulos, mientras se preparaba para dar la Prueba de Aptitud Académica.

Tras dar el examen, ingresó a la carrera de Ciencias Religiosas de la Universidad Católica de Valparaíso. Fue la primera en la familia en acceder a la educación superior.Era 1994, tenía 25 años. Allí su vida daría un gran vuelco.

CERCA DE LA MUERTE

Era la tercera vez que usaba la huelga de hambre como estrategia. La "Chepa" había empezado su ayuno junto con otros compañeros de prisión, pero con el correr de los días y semanas, todos se rindieron. Menos Patricia Troncoso. Ella sólo bebía agua, sal y azúcar. Tenía un cuerpo fuerte, de mujer joven, sin problemas de salud. Su objetivo era obtener beneficios carcelarios para todos, como la salida dominical.

Lo logró, pero tuvo su costo.

"Hubo un grado de riesgo vital importante", cuenta el doctor Gastón Rodríguez, jefe médico de Gendarmería. "Ella bajó cerca de 25 kilos y los exámenes de laboratorio arrojaron graves problemas en su sistema renal".

No fue lo único. Perdió energía, las respuestas inmunológicas se deprimieron a niveles muy peligrosos. Podría haber contraído cualquier enfermedad infecciosa. El ritmo cardíaco bajó de manera alarmante. Estuvo cerca de morir. Patricia estaba consciente de ello.

"Imagínese 112 días sufriendo", dice Roberto, su padre. "No es fácil aguantar sin comer, sin nutrirse. Algunos lo ven como que es bueno, otros dicen que no, que es muy malo. Mi hija lo hizo por su pueblo".

"Hubo un momento en que ella estuvo muy crítica", admite Sara Huenlaf. "Pero esta mujer es impresionante en cuanto a la fuerza que tiene. Se sobrepuso y siguió adelante".

A partir del final de su ayuno, la "Chepa" comenzó a alimentarse poco a poco. A través de suero, primero, y luego con alimento especial. Y, de momento, no ha evidenciado secuelas. Sin embargo, para el doctor Rodríguez, eso aún es incierto.

"La recuperación total no se va a ver ahora. Hay que ir de a poco, porque se ha visto que personas que han estado en huelga de hambre suelen tener algunas fallas a nivel hepático o renal. Tenemos que ser muy cautos y va a depender de ella y de su organismo cómo vaya a tolerar estos eventos que son muy traumáticos para el cuerpo. Hay que tomar en cuenta que ella aún no tiene hijos y que ese es un factor que puede incidir en el futuro".

UN HIJO MAPUCHE

Mientras estudió en la universidad tenía becas, ayudas, quería sacar su carrera, pero también vivir con intensidad ese mundo que rodea las aulas: las juntas después de clases, las asambleas y los centros de alumnos. Lentamente, su mirada empezó a ser más crítica.

"A Patricia la conocí por el año 1993 o 1994, yo era de promociones anteriores, pero nuestro instituto es muy pequeño y todos se conocían, especialmente a la Paty, quien siempre fue muy carismática por su simpatía. Ella pronto formó parte del Centro de Alumnos. Y participamos en trabajos voluntarios en las comunidades mapuches", dice Jéssica Acosta Bugueño, actualmente profesora de religión en Viña del Mar.

"Fue muy amable y dedicada conmigo", recuerda. "El tiempo que vivimos juntas, en 1997, nos cuidó muy maternalmente. Siempre se preocupaba de las cosas cotidianas y domésticas, ya que todo esto era nuevo para mí. Era la primera vez que vivía sola. Además, era una casona vieja y antigua, que asustaba...".

Patricia iba encontrando el motivo central de lucha en su vida. Tempranamente había hallado en su fe en Dios y la Biblia las respuestas espirituales, pero al conocer el mundo mapuche se dio cuenta de que aquel era el motivo por el cual debía luchar. En esas circunstancias conoció a Andrés Llao, lonko y artesano de Viña. La relación entre ellos fue parecida a la que tiene un padre con una hija. Cuando Patricia terminó con un novio francés, Andrés la llevó a su casa y Patricia compartió con la esposa de éste y con sus hijos.

Troncoso y Llao hablaron de la cultura mapuche. Patricia se hizo parte de la familia y por primera vez se sintió parte de la etnia. "Ella era una buena persona. Podría decir que durante tres años fue una hija para mí y mi esposa. Pero tenía sus cosas. Sus arrebatos", relata Llao. "Siempre le decía que en esta lucha necesitábamos gente como ella. Que tuviera educación. Y le decía que terminara su carrera. Que después podía hacer lo que ella estimara mejor".

En esa época viajaron a la Araucanía, a los trabajos de verano. Aquel viaje fue decisivo.

"En viaje vimos cómo las forestales estaban acabando con las comunidades, quitándoles su tierra, secando con los ácidos de los pinos y eucaliptus la tierra y contaminando su agua", explica Jéssica. "Vimos cómo destruían las formas de vida en el Alto Biobío, todas aquellas personas que iban quedaban indiferentes... menos Patricia".

Andres Llao le presentó a otros lonkos del sur. Cuando Patricia regresó a Valparaíso, sabía que no volvería a clases y que más que una familia mapuche como la de Llao, deseaba pertenecer a un pueblo.

Andrés hace una pequeña revelación:

"Siempre que conversabamos, ella me decía que quería ser mapuche, sentirse una más", dice. "Ser adoptada por el mundo mapuche y adoptarlo, a su vez. Una vez ella me dijo que quería tener un hijo mapuche, de un padre mapuche. Que no veía mejor opción que esa. Ese era su sueño".

Sara Huenlaf alguna vez conversó el tema con Patricia, cuando ella vivía en las comunidades cerca de Ercilla.

"Ambas queremos ser madre alguna vez. Y creo que su hijo, fuera del padre que fuera, vivirá y aprenderá de la cultura de su madre. Porque ella, a estas alturas ya está claro, es una mapuche más".

Colaboró Andrea Manuschevich

Luis Miranda V

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