domingo, 6 de enero de 2008

Max Colodro: La moledora de carne

Se ha llegado a tal grado de enervamiento en la intimidad del poder, que las versiones palaciegas dan para sostener que la Presidenta deja de contestarle el teléfono a su ministro del Interior, y que se margina a integrantes clave del equipo político en importantes decisiones de Estado.



Max Colodro

La autoridad tuvo todo el tiempo del mundo para hacer un cambio de gabinete pensado y ordenado, pero no fue suficiente. Una vez más la indecisión se ha estrellado contra el muro de una crisis de gestión política, que obliga a operar sobre hechos consumados. A cuatro meses de haber asumido el Gobierno, la movilización de los pingüinos ya había impuesto el primer quiebre ministerial, haciendo el Transantiago lo propio en marzo pasado. Ahora, sin embargo, las cosas se veían más distendidas, con vacaciones y fiestas de fin de año de por medio, pero quien corresponde se negó a mirar las señales que una y otra vez le indicaban que el gabinete había concluido su vida útil. Con bombos y platillos se anunció el inicio de un 'segundo tiempo', donde las cosas podrían al fin planificarse con más frialdad y detención, pero el ex Ministro del Interior, Belisario Velasco, dijo otra cosa.

Parece un sino trágico, un maleficio de nunca acabar, pero si en la vida es riesgoso cegarse a las evidencias, lo es todavía más en política. Y la verdad es que ya no quedan explicaciones razonables que permitan entender lo que para todos los actores políticos -de Gobierno y de oposición- resulta evidente: hay una inhibición voluntaria en el ejercicio de la autoridad presidencial que le está costando demasiado cara, si no al país, al menos a la Concertación y al sistema político. Se ha llegado a tal grado de enervamiento en la intimidad del poder, que las versiones palaciegas dan para sostener que la Presidenta deja de contestarle el teléfono a su ministro del Interior, y que se margina a integrantes clave del equipo político en importantes decisiones de Estado.

En rigor, cuesta imaginar las circunstancias para que un político con la experiencia del ex Ministro Velasco, con su serenidad y lealtad a la Concertación, haya terminado tirando su cargo por la ventana. El nivel de descomposición política y humana tiene que ser muy grande para que una autoridad que sobrevivió a los momentos más duros de la transición -con "boinazo" y ejercicio de enlace incluido- haya dicho ahora simplemente: "Hasta aquí no más llegamos". No resulta claro ni entendible, salvo por el evidente clima de deterioro, observable a través de mil síntomas, y que en un régimen presidencialista como el chileno tiene por definición un principal responsable. Porque hay que decirlo: si nuevamente es necesario rearmar el gabinete a partir de una crisis, si otra vez no pudo imponerse el timing de una decisión meditada por la primera autoridad, no fue por culpa de la prensa ni de los "opinólogos" ni del femicidio político. Fue porque una vez más la autoridad fue víctima de sí misma, de un estilo de ejercer el poder que ha terminado por socavar los lazos de lealtad y de confianza con sus subalternos; que ha enrarecido toda posibilidad de colaboración y complicidad en los equipos de gobierno, y que, finalmente, ha fomentando los personalismos y deteriorado la relación del Gobierno con su propia coalición.

Con seguridad en este cuadro alguno de los asesores aconsejará seguir esquivando lo inevitable, no mirar la realidad en función de sus resultados, pero luego de lo vivido con la renuncia del jefe de gabinete parece obvio concluir que, al menos desde el punto de vista del manejo político, aquí no habrá 'segundo tiempo', sino únicamente 'más de lo mismo'. No hay espacio ni voluntad para una rectificación sustantiva, sino sólo para buscar acomodarse a una inexorable espiral de descomposición. Y los costos que ello tiene para el Gobierno, y sobre todo para los partidos de su coalición, continuarán siendo enormes. La DC es el mejor ejemplo: dos de sus figuras históricas quedaron severamente lesionadas tras su paso por el Ministerio del Interior; el quiebre interno ha terminado con la expulsión de un senador emblemático y la posible renuncia de un par de diputados. Con todo, la falange no es la única que ha pagado un alto precio por su respaldo a una administración donde el sentido de la reciprocidad y el cuidado político no existen.

El problema, al final del día, es que queda demasiado tiempo: dos largos años donde el oficialismo se jugará su continuidad histórica como coalición gobernante. Y a la luz de las duras evidencias de estas horas parece improbable que la actual administración pueda terminar siendo un plus político para algo o para alguien

No hay comentarios: