Miércoles 20 de febrero de 2008.
La enfermedad ha doblegado a quien rigió dictatorialmente a Cuba durante casi medio siglo, desde que bajó de Sierra Maestra y asumió el poder, en 1959. Ha sido el gobernante de más duración y uno de los más poderosos, pues su régimen no conoció más limitaciones que las impuestas por su propio fracaso en desarrollar socioeconómicamente a su país, pese al entusiasmo inicial con que lo acogió la mayoría de su población, hastiada de la corrupción de su predecesor, el también dictatorial Fulgencio Batista. Con todo, influyó en la historia contemporánea más allá de los límites y la dimensión de su país. Su régimen marxista-leninista, consolidado al amparo de la desaparecida Unión Soviética, persiste en la isla, al menos por ahora, ajeno a su anacronismo en el mundo actual.
Fue un personaje carismático, favorecido por el aura romántica del inicio de su revolución y la ignorancia internacional respecto de Latinoamérica. Eso le permitió disimular el carácter totalitario de su gobierno, en el que ejerció discrecional y duramente un poder ilimitado, en un sistema sin libertades y que no ha tolerado un asomo de disidencia. Utilizó las ventajas del doble estándar que siempre favorece a las dictaduras de izquierda: la opinión mundial mayoritaria omite recordar que los muertos por su gobierno oscilan, según las mediciones, entre 10 y 20 mil personas; que abolió las libertades, que han existido represión, prisión y tortura masivas.
La Cuba de Castro se incorporó al bloque socialista bajo la tutela de la Unión Soviética y la forma regional de la llamada Caricom, como parte importante de la guerra fría, cabeza de puente a las puertas de EE.UU. La instalación de misiles soviéticos en la isla, en 1962, dio lugar a una amenazante crisis entre las superpotencias.
El régimen de La Habana fue siempre singular y disidente en América Latina, aliento hasta hoy de revoluciones y populismos de izquierda. Aunque suspendido en 1962 de la OEA por su intervención en otros países y su totalitarismo, su aislamiento original en la región conoció muchos matices. Participó en otras reuniones latinoamericanas, en las iberoamericanas, en consultas diversas. Nunca fue verdaderamente presionado por Latinoamérica en relación con sus violaciones de los derechos humanos. Los gobiernos de izquierda, especialmente el de Allende, le tendieron una mano, y el México del PRI le sirvió siempre de escudo. Fidel Castro propició y, en parte, organizó la lucha armada en diversos países del hemisferio, de la que fue parte la organización OLAS, vinculada en su día al ex Presidente Allende. Su nacionalismo comunista encabezó y alentó siempre todas las formas de lucha contra EE.UU.
Sobrevivió a las variadas crisis que debió enfrentar. Primero, a acciones como la de Bahía Cochinos o los sucesivos embargos y medidas con los que EE.UU. fue respondiendo sus ataques y procurando aislar la amenaza cubana. Su régimen pudo superar el fin de la asistencia soviética, luego de la caída del muro. Logró -con su presencia en África y un hábil despliegue diplomático- transformarse en cabeza de los llamados "No Alineados", que le dieron un respiro. Político hábil, jugó las inversiones europeas contra Estados Unidos, recibió no sin peligro al carismático Juan Pablo II, tras lo cual moderó algo la discriminación religiosa. En su desafío a EE.UU., puede reclamar cierto éxito. Fracasó, salvo triunfos fugaces, en exportar su modelo a otros países regionales, lo que ensayó en Chile con una participación destacada y una visita de más de un mes, durante la Unidad Popular. Deja una Cuba sin libertad y con economía precaria, en manos de su hermano.
Se abren, ahora, la incógnita y la esperanza de una transición. Ella, probablemente, deberá esperar un mediano plazo si se consideran la definición ideológica y el control que por ahora ejercen sus sucesores
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