lunes, 7 de julio de 2008

Los suicidios enlutan a las nuevas cárceles



Domingo 6 de julio de 2008

Los suicidios enlutan a las nuevas cárceles
Seis internos se quitaron la vida en el primer año del nuevo penal de Rancagua y ocho en los primeros meses de la cárcel Santiago 1. Ésas son las cifras más crudas e imprevistas de un sistema que -aunque dobló la ocurrencia de suicidios- todos celebran por haber mejorado la vida al interior de los recintos penitenciarios del país.



Claudia Guzmán

La estadística es tan macabra como feliz: en lo que va de 2008 sólo se han registrado dos suicidios en los penales concesionados del país. Se trata de un logro, porque la necesaria puesta en marcha de diez nuevas cárceles -a partir de diciembre de 2005 y con una inversión total de US$ 400 millones- tuvo en el alza de suicidios su efecto más imprevisto y menos publicitado por las autoridades.

El logro numérico es el resultado de una urgente intervención que Gendarmería tuvo que desplegar para contrarrestar el inesperado fenómeno. Lo cierto es que no hubo experiencias internacionales ni estudios que previeran que los seis penales concesionados hasta ahora en funcionamiento elevarían las tasas de suicidios al doble anual, con peaks de hasta ocho autoeliminaciones en diez meses. Al menos, ésa es la negra cifra que se registró en Santiago 1, cárcel inaugurada en marzo de 2007, destinada sólo a imputados y que acaba de ser destacada positivamente -en un informe de la Corte de Apelaciones de Santiago- por su seguridad y buenas condiciones generales.

Había que actuar. Algo estaba cambiando -no necesariamente para bien- en la cultura carcelaria del país. Por primera vez en décadas, la vida al interior de los penales se escapaba a los códigos conocidos por los reos y por la institución encargada de su seguridad.

Reos más peligrosos en riesgo

Antes de la entrada en funcionamiento de las cárceles concesionadas, Gendarmería de Chile se preparó para una revolución de la que sólo se preveían beneficios. Ya nunca más sería ocupación de los funcionarios o de los internos la elaboración del 'rancho' alimentario o las labores de lavandería para la población penal. Además, ahora los reos habitarían celdas individuales con baño y estarían separados en módulos donde sólo habría gente con el mismo compromiso delictivo. Se acabaría el hacinamiento de las celdas y patios, y se evitaría el contagio criminal.

Muchas cosas buenas debían pasar en las áreas de confort y seguridad. Pero también se pensó que, culturalmente, algo podría suceder: "La cárcel concesionada interviene la manera de vivir al interior de las unidades o penales, se trastoca la forma de 'hacer la cana'", explica el sicólogo de Gendarmería, Berty González.

Durante el primer semestre de 2005, la institución elaboró un estudio cualitativo en la cárcel de Punta Arenas, recinto que, sin ser concesionado, presentaba estándares de seguridad similares: celdas individuales, organización interna en módulos y alimentación centralizada. ¿Qué se detectó en la observación? "Se generaron crisis valóricas, sobre todo en los internos de alto compromiso delictivo", cuenta González.

El profesional recuerda que una de las frases que surgieron entre los entrevistados era: "Aquí hasta los 'violetas' hablan... ¿Dónde se ha visto que un violador tenga derecho a hablar?". Y explica: "En la cultura canera tradicional, donde el estatus es dado por la clasificación del delito, el violador es muy mal mirado. Entonces, verse al mismo nivel que el violador, era desestabilizador".

Así, la cárcel concesionada acababa con todo el estatus y sometimiento que un "choro" podía generar. Ya no había respeto por su carrera criminal ni "Perkins" a los que mandar.

Otro cambio que tuvo un impacto negativo para la siquis del reo fue la desaparición del hacinamiento: "Hay que pensar que el interno de alto compromiso delictivo nunca ha tenido un espacio solo", apunta González sobre sujetos que habitualmente crecen en las poblaciones, hacen sus carreras criminales en pandillas y en las cárceles viven en celdas de hasta 20 internos, con baños comunes y patios sobrepoblados. "No tienen habilidades sociales para leer o escribir. Además, no pueden trabajar, porque eso no va con su identidad de 'choro'. Y, más encima, no hay ninguna posibilidad de fuga, porque no hay celdas en el primer piso", remata.

Así, todo lo que un reo de bajo compromiso delictivo valora positivamente del sistema concesionado -no ser mandado por otros, estar alejado de criminales peligrosos y tener tiempo para trabajar, escribir, leer o pensar-, en los sujetos de alto compromiso se vuelve pernicioso, estresante o, como dicen ellos, "sicoseador".

El " sicoseo" es la alerta

Una primera alerta del impacto que el aislamiento tendría en la siquis de los internos lo tuvieron los profesionales de Gendarmería en el estudio realizado en el penal de Punta Arenas. Antes del traslado al nuevo recinto carcelario, la enfermedad de mayor ocurrencia entre los reos era la gastritis que provocaba la mala alimentación. Luego, en la nueva cárcel, el desorden más común fue un síndrome sicológico que terminaron por llamar "sicoseo":

"Se trata de una alteración sicológica que le dificulta al sujeto la interacción y sobrevivencia al interior de ese ambiente", describe el sicólogo Berty González. "No es que se depriman o bajen de peso por esa depresión. El sicoseo implica una alteración de percepción de la realidad", especifica el profesional.

En 2006 llegó una alerta más crítica: seis suicidios ocurrieron durante el primer año de funcionamiento del penal concesionado de Rancagua. La cifra de un solo lugar representaba la mitad de lo que usualmente se registraba al año a nivel nacional.

Aunque en un primer momento se culpó al mal diseño de las celdas -porque los rociadores de agua en caso de incendio estaban a la mano, como potenciales horcas-, la observación le permitió concluir a Gendarmería que, con rociador o sin rociador, los reos entraban igualmente en una espiral suicida. "Se pueden colgar de una puerta o de una ventana", cuenta un funcionario de la institución.

Gendarmería decidió actuar y creó una mesa de trabajo para tratar e intervenir el fenómeno.

Mientras, durante 2007, ocho nuevos reclusos -todos imputados- atentarían contra su vida en la recién inaugurada cárcel Santiago 1. La cifra terminaría por elevar el total nacional de suicidios hasta un inusitado 26.

Tras el diagnóstico realizado por la mesa de trabajo, se concluyó que existían tres tipos de suicidios al interior de un penal: el suicidio del reo con problemas siquiátricos, el suicidio del reo con bajo compromiso delictivo que está en una cárcel tradicional y no ve expectativas de solución y, por último, el suicidio del reo de alto compromiso delictivo que es víctima de la inestabilidad que le genera el ambiente, por ejemplo, de un penal concesionado.

La intervención, particularmente en el último tipo de suicidios, está dando resultados. Los apenas dos autoatentados que han terminado en muerte este año demuestran que el impacto cultural de las nuevas cárceles se puede manejar, a tal punto que, fuentes de la institución, aseguran que por cada suicidio ocurrido se evitan cerca de cinco intentos. Capacitación del personal de trato directo, atención siquiátrica temprana y asumir que se acabó la era de los "choros", de los "perkins" y de las fugas, son parte de la solución.

Fenómenos positivos:
Adiós "Perkins", bienvenido el "palabreo"

La puesta en marcha de los penales concesionados ha tenido mayoritariamente efectos positivos en la cultura carcelaria. La mayoría de ellos era esperado. Otros, no.

El fin del hacinamiento y la segregación efectiva de los reos con mayor, mediano o bajo compromiso delictual, terminó con la estratificación social que reinaba tradicionalmente en los penales. Los "Choros", generalmente asaltantes de bancos o autores de robo con intimidación, ya no tienen a quién atemorizar porque están junto a sus pares. Los reclusos por delitos sexuales -antiguamente lo más bajo del escalafón- tampoco tienen a quién temer, porque están separados del resto. "Y se acabó el Perkins, el mocito que tenía que hacer los mandados, porque ahora los internos ya no tienen que cocinar ni lavar", ejemplifica Luis Barrera, comandante inspector de Gendarmería y director metropolitano de la institución.

Los cambios culturales también han marcado una evolución de la conflictividad. En los años 80 las riñas intrapenitenciaras eran cuerpo a cuerpo, entre "choros". "Era común encontrar muertos por 20 o 30 puñaladas", recuerda.

En los 90, gracias al hacinamiento, las luchas se volvieron grupales: "Peleaban galerías enteras", comenta el comandante inspector. Y el sicólogo Berty González, apunta a que las riñas individuales siguen existiendo, pero con un sentido más bien ritual: "Se enfrentan con grandes estoques, mostrándose en medio del óvalo y tratando de ganarse un lugar".

Hoy, gracias a la segregación y a las condiciones de seguridad de los penales concesionados, ya no caben los enfrentamientos grupales ni la obtención de matieriales para fabricar estoques. Como dice González, ha surgido un nuevo fenómeno: "Tuvieron que empezar a conversar. Desde que surge el conflicto, y mientras buscan dejar de ser vistos por el ojo de la cámara de vigilancia, se han visto obligados, como dicen ellos, a "palabrear"".

La mejor muestra de esa baja conflictividad es la cifra de muertos por riñas o agresión, que en 2006 llegó a un peak de 45 y que el año pasado bajó a 25.

"Gracias a la segregación y a las condiciones de seguridad de los penales concesionados, ya no caben los enfrentamientos grupales ni la obtención de matieriales para fabricar estoques

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